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El movimiento de mujeres y disidencias, los estudios de género y el reconocimiento de diversas identidades desafían las normas tradicionales o ya no tan tradicionales. Como veremos, no se trata simplemente de “agencia” y libertad de elección de los individuos sino de determinaciones sociales propias del modo de producción capitalista y por tanto de la forma en que reproducimos la sociedad.
Podemos hablar de “crisis”, no en el sentido de un colapso o un problema irresoluble. Estamos experimentando una transformación profunda en la manera en que la sociedad entiende el género. Esta transformación, además de cambios personales, odios y tensiones, permite profundizar en la comprensión de la sociedad y las posibilidades actuales de su superación. Y, más acá de su eventual superación, cabe preguntarnos: ¿vamos hacia una sociedad donde el género se amplía y diversifica, o hacia una en la cual simplemente dejaría de ser una categoría definitoria, tal como es ahora?
Al indagar en cómo las características femeninas y masculinas han estado sujetas a cambios durante el transcurso de la historia, nos aproximamos a comprender el género como el anclaje de cierto grupo de personas a una esfera específica de actividades sociales. Las características que definen al “Hombre” y a la “Mujer” son modelos ideales; en el mundo hay hombres y hay mujeres, aunque no solamente.
«La asignación de ciertas labores a un determinado grupo de personas definido según su capacidad reproductiva es lo que ha constituido históricamente a las mujeres, y a quienes no la tienen como hombres. Es esta división social en dos sexos la que ha creado lo que conocemos como sexo biológico, que naturaliza lo que se ha construido socialmente.» (La Oveja Negra nro. 88, «1° de mayo contra el trabajo»)
El género como ideología
«“Ideología de género” es lo que viene denominándose, errónea, despectiva e inquisitorialmente por sectores reaccionarios, a la puesta en crítica y actualización de las tradiciones, usos y costumbres en relación a lo sexual. Con esta definición, intentan atacar al movimiento de mujeres, a quienes no se ajustan a la heterosexualidad, a la educación sexual en las escuelas y fuera de ellas, así como cualquier expresión, tanto reformista como revolucionaria, que atente contra su terrorismo antisexual, normalizador, familiero y heterosexista. Ironías de la vida, son justamente aquellos que la señalan como un peligro quienes defienden algo que podría denominarse más cabalmente como “ideología de género”.» (Contra el liberalismo y sus falsos críticos, Lazo Ediciones, 2023)
Hablamos de ideología en tanto conjunto de ideas y creencias que pretenden ser objetivas, aún cuando se trata claramente de valoraciones morales más o menos explícitas. Pero la ideología no es un engaño y una ilusión, no es una comprensión equivocada de la realidad para tenernos dominados o sumisos: es un conjunto de creencias prácticas que funcionan para reproducir las relaciones de producción existentes. El género tradicional, la vieja ideología, comienza a no funcionar en algunas situaciones, así como otras formas novedosas de género ya funcionan.
La pregunta es por qué la obsesión reaccionaria con el género. ¿Por qué aparece esta respuesta ante los cambios inevitables que está sufriendo el ordenamiento sexual en nuestra sociedad? ¿Qué hay puntualmente en la crisis del género que tanto les perturba?
Ante las transformaciones, la reacción natural de los conservadores es justamente conservar, no aceptar. Hay en las modificaciones al interior del género algo que les obsesiona: que los homosexuales estarían a un paso de ser pedófilos, que no saben qué tiene tal o cual persona entre las piernas y quieren saber, que hombres eran los de antes, que las mujeres de ahora no son suficientemente femeninas, que alguien debe pensar en los niños, etc., etc., etc.
No comprenden que el género y la familia son transformados por la propia dinámica capitalista y no por la “ideología woke”. El género no tambalea debido a los “estudios de género”, los jóvenes no binaries o personas trans. Desde hace décadas, es un secreto a voces que respetables padres de familia pagan para tener sexo con mujeres trans, y no con fines de deconstrucción precisamente... Los abusos sexuales a menores son mayoritariamente realizados por hombres hetero, “hijos sanos del patriarcado”. Las intervenciones hormonales son moneda corriente entre las adolescentes e incluso entre deportistas; el problema para muchos es cuando se destinan a transiciones.
La inmutabilidad del sistema de sexo-género se cayó a pedazos. Todo esto convive con la apología de la familia, desde los ídolos deportivos de la selección nacional de fútbol y sus fans, hasta las defensas de youtubers de derecha ya entrados en años, pero aún solteros y sin hijos. Nuevamente los modelos ideales: por un lado “la Familia”, y por el otro las familias. Lo que une a toda la derecha, sea liberal o proteccionista, católica, protestante o sionista, no es solo el terror a los cambios en el género, sino también el idealismo. La conciencia determina al ser nos dicen. Y por eso buscan conspiradores y le agregan un “ismo” a cada aspecto que critican: globalismo, wokismo, homosexualismo, etc. Buscan llevar la discusión a su propio terreno celestial, insisten en llamar ideología a las transformaciones sociales y a lo que piensan los demás, y defienden como natural su propia ideología.
En el contexto actual, en el que la sociedad capitalista enfrenta dificultades para su reproducción a partir de las transformaciones que rigen su dinámica desde hace medio siglo, las “nuevas derechas” apuestan a “la batalla cultural”. Así, a “ideología de género” suman “marxismo cultural” y la ecuación está completa. El resultado se supone que es el malestar en el cual nos encontramos. Podemos resumir brevemente que antifeminismo y anticomunismo es lo que une a toda la derecha, sean proteccionistas o liberales, fanáticos religiosos o agnósticos. Sin embargo, el anticomunismo es también propiedad de la izquierda y, por tanto, lo es en gran medida la incomprensión cuasireaccionaria de las cuestiones de género.
¿Un género antifascista?
Del mismo modo que ya es insostenible el binarismo en cuanto al género, también es imposible pensarlo políticamente. La escisión derecha/izquierda, a estas alturas, se cae a pedazos. Es hora de admitir las disidencias y aceptar que más que una oposición se trata de una alternancia.
Luego del repugnante, aunque esperable, discurso de Milei en Davos se generalizó una consigna: “solo existen dos géneros: fascista o antifascista”, con la cual también preferimos disentir. Porque así como hay conservadores en lo político y liberales en lo económico, resulta que hay nobinaristas de lo sexual que son binarios en los político.
A mediados del año pasado publicábamos un libro titulado Fascismo/Antifascismo, y desde Cuadernos de Negación, en el epílogo decíamos que «asistimos a una sobreactuación del “riesgo totalitario” con el solo objetivo de disputar el comando de los Estados democráticos, a ambos lados del centro. (…) Luchar contra quienes hoy gobiernan tachándolos de fascistas no hace más que pedir más democracia, y no ha hecho más que colocar en el gobierno a los progres que los relevan para que luego vuelvan los “fascistas”. Los ejemplos en Argentina son claros y en Chile nos deslumbran. Bachelet y Boric han aplicado leyes que la derecha no podría haber impuesto. En manos de Piñera serían fascistas las leyes que absuelven carabineros asesinos o les permiten disparar sin aviso, en manos de los “socialistas” es orden.»
Por su parte, Milei está haciendo lo suyo por la democracia. Canalizó toda la rabia antipolítica hacia el gobierno y el Estado manteniendo el orden democrático y la paz capitalista.
Género, trabajo y población
Para profundizar en la cuestión de género es necesario abordarla en su relación con el trabajo y la población. Las luchas en curso dan mayor relevancia al cuestionamiento de diferentes aspectos de la reproducción social, en relación a las del movimiento obrero clásico que estuvieron principalmente situadas en torno a la explotación del trabajo asalariado y en las que la perspectiva de lucha se mantuvo ligada a su disminución o la gestión del mismo, su regulación, su distribución, la toma de los medios de producción, etc. Tras la derrota de las expresiones revolucionarias de las primeras décadas del siglo XX y las transformaciones de la sociedad capitalista que le siguieron, surgieron hacia fines del mismo nuevas expresiones de lucha en un escenario diferente. Los cambios en los procesos de trabajo y las modalidades de explotación del trabajo asalariado, que siempre será central mientras exista capitalismo, modifican la forma en que se reproduce la fuerza de trabajo. Las luchas son inseparables de estos cambios.
La capacidad de gestar y parir ya no implica necesariamente la obligación de hacerlo, ni determina la manera en que se realiza la crianza, las subjetividades y tareas que deben realizar las personas que tienen la capacidad y las que no, ni los vínculos entre las mismas. Útero no es sinónimo de mujer, y mujer no es sinónimo de madre. Con los grandes cambios que referíamos es más evidente que la división entre sexos está construida socialmente, esto es lo que comúnmente se entiende por género. Y a su vez, es criticada la noción misma de sexo que naturaliza esta separación.
Por su parte, la población no es simplemente el conjunto de personas que se encuentran en un momento y lugar determinado. La población no es un hecho natural. Su producción y reproducción son producto histórico de las relaciones de clase, que incluye una relación de y entre sexos, de y entre diferentes edades. Cada modo de producción supone un desarrollo particular de su población tanto en su cantidad como en sus características. Su reproducción se encuentra hoy determinada por el Capital: sus alegrías, tristezas, enfermedades, sexualidad, salud, los modos de regular su cantidad y sus formas de vivir o morir no pueden ser entendidas separadas de la dinámica social de la que formamos parte. La explotación sobre la que se basa la división en clases necesita de la división de género, lo cual implica determinaciones específicas sobre quienes se encargan de la reproducción de la población.
En todos los modos de producción, el aumento de la explotación ha requerido del aumento de la población. Pero con el desarrollo del capitalismo esto ha empezado a modificarse. La transformación de los procesos de trabajo y de las formas de explotación del trabajo asalariado modifican la reproducción de la fuerza de trabajo, prolongando la esperanza de vida, disminuyendo los niveles de mortalidad, extendiendo el tiempo disponible para el trabajo más allá de la crianza, y disminuyendo a su vez las tasas de natalidad en el mundo de manera acelerada, sobre todo en los países más desarrollados. La última reestructuración capitalista impuso a su vez la flexibilización generalizada de las condiciones laborales. Es en este marco que se hace masiva la incorporación de las mujeres al mercado de fuerza de trabajo, negando de manera cada vez más profunda el hogar y la crianza como destino.
Los grupos religiosos, curiosamente llamados “provida”, alertan: «La Argentina se está despoblando: en 2023 nació un 40% menos de niños que hace una década». En verdad, la población aún crece, solo que a un ritmo más lento por la disminución de la natalidad y podría empezar a reducirse en 20 o 30 años en caso de mantenerse la tendencia. Sin embargo, la población aún parece crecer muy por encima de la necesidad de fuerza de trabajo del Capital, que no se preocupa tanto por el nivel de natalidad de las mujeres como por el de su explotación asalariada. El aumento o descenso de la población mundial tiene que ser comprendido en el contexto de la dinámica de la acumulación capitalista y sus necesidades de fuerza de trabajo. No hubo una conspiración en los albores de la revolución industrial para que crezca la población: Manchester, por ejemplo, a partir de la introducción de la máquina de vapor y el telar mecánico, pasó de tener 40 mil habitantes en 1760 a 75 mil en 1800, y en 1850 su población era ya de 400 mil personas.
Al menos en los países de Occidente, se han relajado ciertas políticas que apuntalaban el crecimiento poblacional sin que necesariamente se apliquen nuevas políticas en el sentido opuesto, como ocurrió en China con su política del hijo único. Las modificaciones en los requerimientos de la fuerza de trabajo promovieron cambios en los modos de reproducirse. De este modo, se incrementó la soltería, se retrasó la edad de matrimonio, se postergó el primer (y quizás único) hijo, se hizo masivo el uso de la pastilla anticonceptiva y se multiplicó la diversidad en torno a lo sexual.
Reflexión aparte merecería la relevancia de la “liberación sexual” en la dinámica de reproducción de la fuerza de trabajo. El viejo movimiento obrero buscaba la emancipación de las mujeres, económica y sexual, sin poner en duda la categoría “mujer” (mucho menos la categoría “hombre”), la naturalización del sexo biológico, la maternidad, ciertos rasgos de la femineidad.
La disputa por mejorar las condiciones de vida de las mujeres a lo largo de la historia de la sociedad capitalista ha puesto en tensión qué significa ser mujer, hasta el punto en que nos enfrentamos directamente a la pregunta: ¿qué es la mujer?
Más allá de los discursos
El Capital es una contradicción en proceso, pero no en términos discursivos o morales, como generalmente se piensan las “contradicciones”. Es contradictorio porque tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza; porque presiona por la universalidad indistinta y abstracta de los individuos mientras necesita de la división sexual del trabajo. Quiere la distinción de género y quiere la universalidad del individuo abstracto y libre. Quiere la familia como lugar privado de reproducción de la fuerza de trabajo y a su vez la destruye. Es el propio Capital el que deconstruye el género y lo desnaturaliza, al tiempo que lo conserva y retiene las tradiciones en su propio desarrollo.
Es en estas circunstancias que hablamos de la comprensión del modo de producción capitalista y la posibilidad de su superación, o al menos de luchas en pos de esa finalidad: abolición de las clases y del género. Es necesario pensar la cuestión de la mujer, la cuestión de las disidencias ¡y la cuestión del hombre y la masculinidad!, más allá de sus manifestaciones y posibilidades de transformaciones individuales e inmediatas. Sin división sexual del trabajo, ¿qué sentido tiene la división sexual binaria y todas las identidades que la rodean?
Si asumimos, como dijimos al comienzo, que la división del género no es más que el anclaje de cierto grupo de individuos a una esfera específica de actividades sociales y que el trabajo es la separación de los seres humanos de los medios de reproducción de sus vidas, hablamos entonces de la posibilidad del comunismo y la anarquía como abolición de las clases y del género tal como los conocemos.
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Próximamente ampliaremos estas reflexiones con la publicación de Cuadernos de Negación nro. 16: Notas sobre aborto, género y población.